El grupo de mayores en riesgo de Servicios Sociales de Retiro se va de safari.

La vida es corta, más de lo que creemos. “Toda la vida trabajando, y ahora me muero”.


Y así comienza la historia, pongamos que hablo de Pedro. Un hombre que ha trabajado toda su vida, un hombre de barrio, del bar de su misma calle, donde no hace falta que pida porque le ponen lo de siempre.


A sus 70 años le diagnostican un cáncer terminal, él que tanto temía a esa palabra. Él que se le dio un vuelco la vida cuando la escuchó en esa consulta.  Y ahí en ese mismo bar, sentado, tomándose lo de siempre y después de llevarse la peor noticia que le podían dar, la mira a ella que había sido su armadura en ese momento y le dice: ¿sabes de lo que me quedaré con ganas toda la vida? de ir a un safari.


Y todo comenzó ahí, una locura que teníamos que materializar, donde el tiempo corría en contra de Pedro y de nosotras, tuvimos que organizar todo rápido y casi a la perfección. La misma perfección de cuando Pedro salió de su portal, con su bastón y la chaqueta para montarse al minibús que le iba a llevar a conocer el Safari, ese con el que tantas veces había soñado viendo los documentales. Él que tantas noches llevaba sin dormir, dándole vueltas al mismo asunto, ahí estaba, sentado, sonriendo y diciendo todos los nombres de los animales que veía. Esas horas no recordó esa palabra infernal, acordándose de todas las demás palabras que le hacían feliz.


El regalo más bonito que podíamos tener de todo esto, es la imagen de Pedro, sonriendo, como lo hacía cada mañana cuando se iba a su bar de siempre, con los amigos de siempre.




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